Por Emilia Novas Soler
El rey Juan Carlos debe sentirse imprescindible para España porque ni por la edad, ni por sus achaques, ni por los problemas familiares y ni por muchos otros admite siquiera la posibilidad de abdicar.
Pero, si se siente tan necesario ¿cómo es que, incluso cuando no estaba asegurada la sucesión, ha practicado tantos deportes de riesgo, que le han dejado graves secuelas hoy crudamente al descubierto?
Todos lamentamos los accidentes pero cuando una persona se ha expuesto tan repetidamente a ellos, sin pensar en su familia y las graves obligaciones del cargo que desempeña, más que pena suscita indignación y el justo reproche: “Se lo ha buscado”.
A este nuevo “rey doliente” –no por su débil constitución, como Enrique III, sino por habérsela estropeado él mismo- le corresponde el apelativo contrario al de Felipe II, “el rey prudente”.